SÃO FILIPE NERI, o chamado “santo da alegria”, disse sim para a Glória e para a Vontade de Deus, elevando-a como primeira e única prioridade de sua vida. Iniciou assim a belíssima obra do Oratório do Divino Amor, dedicando-se aos jovens no testemunho de sua alegria em viver constante e intensamente a Comunhão com Nosso Senhor Jesus Cristo. Vivia da Divina Providência, indo aos lares dos ricos pedir pelos pobres. Homem de oração, penitência e adoração, São Filipe Neri partiu para o Céu aos 80 anos de idade, deixando-nos o testemunho fundamental: renunciar a si mesmo, tomar a Cruz a cada dia e seguir Jesus é o maior motivo de alegria.
MEU JESUS Cristo, quero a Vós servir e não encontro o caminho. Quero fazer o bem e não encontro o caminho. Quero a Vós encontrar e não encontro o caminho. Quero a Vós amar e não encontro o caminho. Ainda não Vos conheço, meu Jesus, porque não Vos procuro. Procuro-Vos e não Vos encontro. Vinde até mim, meu Jesus. Nunca Vos amarei, se não me ajudardes, meu Jesus. Cortai as minhas amarras se quiserdes que eu seja Vosso. Jesus, sede para mim Jesus. Amém!
martes, 26 de mayo de 2015 en 5/26/2015 12:05:00 a. m. | Publicado porCristina Ochoa|
San Felipe nació en Florencia, Italia, en 1515. Su padre se llamaba Francisco Neri. Desde pequeño demostraba tal alegría y tan grande bondad, que la gente lo llamaba "Felipín el bueno". En su juventud dejó fama de amabilidad y alegría entre sus compañeros y amigos. Habiendo quedado huérfano de madre, lo envió su padre a casa de un tío muy rico, el cual planeaba dejarlo heredero de todos sus bienes. Pero allá Felipe se dio cuenta de que las riquezas le podían impedir el dedicarse a Dios, y un día tuvo lo que él llamó su primera "conversión". Y consistió en que se alejó de la casa del riquísimo tío y se fue para Roma llevando únicamente la ropa que llevaba puesta. En adelante quería confiar solamente en Dios y no en riquezas o familiares pudientes.
Al llegar a Roma se hospedó en casa de un paisano suyo de Florencia, el cual le cedió una piecita debajo de una escalera y se comprometió a ofrecerle una comida al día sí él les daba clases a sus hijos. La habitación de Felipe no tenía sino la cama y una sencilla mesa. Su alimentación consistía en una sola comida al día: un pan, un vaso de agua y unas aceitunas. El propietario de la casa, declaraba que desde que Felipe les daba clases a sus hijos, éstos se comportaban como ángeles.
Los dos primeros años Felipe se ocupaba casi únicamente en leer, rezar, hacer penitencia y meditar. Por otros tres años estuvo haciendo estudios de filosofía y de teología. Pero luego por inspiración de Dios se dedicó por completo a enseñar catecismo a las gentes pobres. Roma estaba en un estado de ignorancia religiosa espantable y la corrupción de costumbres era impresionante. Por 40 años Felipe será el mejor catequista de Roma y logrará transformar la ciudad. Felipe había recibido de Dios el don de la alegría y de amabilidad. Como era tan simpático en su modo de tratar a la gente, fácilmente se hacía amigo de obreros, de empleados, de vendedores y niños de la calle y empezaba a hablarles del alma, de Dios y de la salvación.
Forma de Evangelizar y lograr
la Conversión de feligreses
Sus comienzos fueron muy modestos, ya que iba por la calle o al mercado y empezaba a conversar con las gentes, particularmente con los empleados de los bancos y las tiendas del barrio de Sant'Angelo. Como era muy simpático y tenía un buen sentido del humor, no le costaba trabajo entablar conversación, en el curso de la cual dejaba caer alguna palabra oportuna acerca del amor de Dios o del estado espiritual de sus interlocutores.
Así fue logrando, poco a poco, que numerosas personas cambiasen de vida. El santo acostumbraba saludar a sus amigos con estas palabras:
"Y bien, hermanos, ¿cuándo vamos a empezar a ser mejores?"
Si la persona le demostraba buena voluntad, le explicaba los modos más fáciles para llegar a ser más piadosos y para comenzar a portarse como Dios quiere. A aquellas personas que le demostraban mayores deseos de progresar en santidad, las llevaba de vez en cuando a atender enfermos en hospitales de caridad, que en ese tiempo eran pobrísimos y muy abandonados y necesitados de todo. Otra de sus prácticas era llevar a las personas que deseaban empezar una vida nueva, a visitar en devota procesión los siete templos principales de Roma y en cada uno dedicarse un buen rato a orar y meditar. Y así con la caridad para los pobres y con la oración lograba transformar a muchísima gente.
Desde la mañana hasta el anochecer estaba enseñando catecismo a los niños, visitando y atendiendo enfermos en los hospitales, y llevando grupos de gentes a las iglesias a rezar y meditar. Pero al anochecer se retiraba a algún sitio solitario a orar y a meditar en lo que Dios ha hecho por nosotros. Muchas veces pasó la noche entera rezando. Le encantaba irse a rezar en las puertas de los templos o en las catacumbas o grandes cuevas subterráneas de Roma donde están encerrados los antiguos mártires. Lo que más pedía Felipe al cielo era que se le concediera un gran amor hacia Dios.
Víspera de Pentecostés de 1544
San Felipe Neri se hallaba en las catacumbas de San Sebastián, junto a la Vía Appia, pidiendo los dones del Espíritu Santo, cuando vio venir del cielo un globo de fuego que penetró en su boca y se dilató en su pecho. El santo se sintió poseído por un amor de Dios tan enorme, que parecía ahogarle; cayó al suelo, como derribado y exclamó con acento de dolor:
"¡Basta, Señor, basta. No puedo soportarlo más! ¡Que me vas a matar de tanta alegría!"
Cuando recuperó plenamente la conciencia, descubrió que su pecho estaba hinchado, teniendo un bulto del tamaño de un puño; pero jamás le causó dolor alguno. A partir de entonces, San Felipe experimentaba tales accesos de amor de Dios, que todo su cuerpo se estremecía. A menudo tenía que descubrirse el pecho para aliviar un poco el ardor que lo consumía; y rogaba a Dios que mitigase sus consuelos para no morir de gozo. Tan fuertes eran las palpitaciones de su corazón que otros podían oírlas y sentir sus palpitaciones, especialmente años más tarde, cuando como sacerdote, celebraba la Santa Misa, confesaba o predicaba. Había también un resplandor celestial que desde su corazón emanaba calor. Tras su muerte, la autopsia del cadáver del santo reveló que tenía dos costillas rotas y que éstas se habían arqueado para dejar más sitio al corazón.
En 1458 fundó con los más fervorosos de sus seguidores una cofradía o hermandad para socorrer a los pobres y para dedicarse a orar y meditar. Con ellos fundó un gran hospital llamado "De la Santísima Trinidad y los peregrinos", y allá durante el Año del Jubileo en 1757, atendieron a 145.000 peregrinos. Con las gentes que lo seguían fue propagando por toda Roma la costumbre de las "40 horas", que consistía en colocar en el altar principal de cada templo la Santa Hostia, bien visible, y dedicarse durante 40 horas a adorar a Cristo Sacramentado, turnándose las personas devotas en esta adoración. A los 34 años todavía era un simple seglar. Pero a su confesor le pareció que haría inmenso bien se se ordenaba de sacerdote y como había hecho ya los estudios necesarios, aunque él se sentía totalmente indigno, fue ordenado de sacerdote, en el año 1551.
Y apareció entonces en Felipe otro carisma o regalo generoso de Dios: su gran don de saber confesar muy bien.Ahora pasaba horas y horas en el confesionario y sus penitentes de todas las clases sociales cambiaban como por milagro. Leía en las conciencias los pecados más ocultos y obtenía impresionantes conversiones. Con grupos de personas que se habían confesado con él, se iba a las iglesias en procesión a orar, como penitencia por los pecados y a escuchar predicaciones. Así la conversión era más completa. San Felipe quería irse de misionero al Asia pero su director espiritual le dijo que debía dedicarse a misionar en Roma. Entonces se reunió con un grupo de sacerdotes y formó una asociación llamada "El Oratorio", porque hacían sonar una campana para llamar a las gentes a que llegaran a orar. El santo les redactó a sus sacerdotes un sencillo reglamento y así nació la comunidad religiosa llamada de Padres Oratorianos o Filipenses. Esta congregación fue aprobada por el Papa en 1575 y ayudada por San Carlos Borromeo.
Resurrección del Príncipe Paolo Massimo
Se le atribuye haber resucitado al príncipe Paolo Massimo, para que confesase un pecado.
Paolo, era el hijo mayor del príncipe Fabrizio Massimo. San Felipe Neri levantó a la vida a Paolo el 16 de marzo de 1583. Paolo, un muchacho de 14 años, fue uno de los favoritos de San Felipe y su penitente. Cayó enfermo en enero, y el 16 de marzo se encontró que iba a morir. La niñera de la infancia corrió para convocar a San Felipe, pero él estaba diciendo misa y tenía que esperar. Al enterarse de su misión, partió inmediatamente para el palacio de los Massimo. Pero llegó demasiado tarde, media hora antes, Paolo había exhalado su último aliento, en presencia del sacerdote que le había dado la extremaunción, y que había dejado la casa. San Felipe se arrodilló por unos minutos junto al cadáver, temblando por la palpitación de su corazón, como era costumbre debido a la oración ferviente. Luego, levantándose, roció el cadáver con agua bendita, y gritó a gran voz:
"¡Paolo, Paolo!"
Con estas palabras, el niño abrió los ojos, como si despertara de un sueño, y respondió:
"Padre"
Y añadió tras una pausa:
"Me había olvidado un pecado, y quiero confesarlo"
San Felipe colocó un crucifijo en la mano del niño, escuchó su confesión y le dio la absolución. Cuando la familia regresó San Felipe estaba hablando con Paolo, y la conversación duró cerca de media hora. Por fin San Felipe le preguntó:
"¿Si estás dispuesto a morir?"
"Sí", contestó el chico. "La mayoría quiere, porque yo quiero ver a mi madre y su hermana en el cielo".
Entonces San Felipe le dio su bendición, diciendo:
"Id, pues, Dios los bendiga y ore por mí"
Y al instante, sin el menor movimiento, pero con una mirada tranquila y alegre, Paolo, una vez más expiró en brazos de San Felipe.
Estos hechos fueron testimonio bajo juramento por Fabrizio Massimo, padre de Paolo, Violante de Santa Croce, su segunda esposa, y Francesca, la sirvienta, que fueron testigos de este hecho.
San Felipe tuvo siempre el don de la alegría. Donde quiera que él llegaba se formaba un ambiente de fiesta y buen humor. Y a veces para ocultar los dones y cualidades sobrenaturales que había recibido del cielo, se hacía el medio payaso y hasta exageraba un poco sus chistes y chanzas. Las gentes se reían de buena gana y aunque a algunos muy seriotes les parecía que él debería ser un poco más serio, el santo lograba así que no lo tuvieran en fama de ser gran santo (aunque sí lo era de verdad). En su casa de Roma reunía centenares de niños desamparados para educarlos y volverlos buenos cristianos. Estos muchachos hacían un ruido ensordecedor, y algunos educadores los regañaban fuertemente. Pero San Felipe les decía:
"Haced todo el ruido que queráis, que a mí lo único que me interesa es que no ofendáis a Nuestro Señor. Lo importante es que no pequéis. Lo demás no me disgusta"
Esta frase la repetirá después un gran imitador suyo, San Juan Bosco.
Aparición de la Virgen y curación
Fue siempre de salud delicada. En cierta ocasión, la Santísima Virgen se le apareció y le curó de una enfermedad de la vesícula. El suceso aconteció así:
El santo había casi perdido el conocimiento, cuando súbitamente se incorporó, abrió los brazos y exclamó:
"¡Mi hermosa Señora! ¡Mi santa Señora!"
El médico que le asistía le tomó por el brazo, pero San Felipe le dijo:
"Dejadme abrazar a mi Madre que ha venido a visitarme"
Después, cayó en la cuenta de que había varios testigos y escondió el rostro entre las sábanas, como un niño, pues no le gustaba que le tomasen por santo.
Dones extraordinarios
San Felipe tenía el don de curación, devolviéndole la salud a muchos enfermos. También, en diversas ocasiones, predijo el porvenir. Vivía en estrecho contacto con lo sobrenatural y experimentaba frecuentes éxtasis. Quienes lo vieron en éxtasis dieron testimonio de que su rostro brillaba con una luz celestial.
Dichos de San Felipe
"Quien quiera algo
que no sea Cristo,
no sabe lo que quiere;
quien pida algo
que no sea Cristo,
no sabe lo que pide;
quien no trabaje por Cristo,
no sabe lo que hace"
"¿Cómo es posible
que alguien que cree en Dios
pueda amar algo fuera de Él?"
"¿Oh Señor que eres tan adorable
y me has mandado a amarte,
por qué me diste tan sólo
un corazón y éste tan pequeño?"
A varios enfermos los curó al imponerles las manos. A muchos les anunció lo que les iba a suceder en el futuro. En la oración le venían los éxtasis y se quedaba sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Muchas personas vieron que su rostro se llenaba de luces y resplandores mientras rezaba o mientras celebraba la Santa Misa. Y a pesar de todo ésto se mantenía inmensamente humilde y se consideraba el último de todos y el más indigno pecador. Los últimos años los dedicó a dar dirección espiritual. El Espíritu Santo le concedió el don de saber aconsejar muy bien, y aunque estaba muy débil de salud y no podía salir de su cuarto, por allí pasaban todos los días numerosas personas. Los Cardenales de Roma, obispos, sacerdotes, monjas, obreros, estudiantes, ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos querían pedirle un sabio consejo y volvían a sus casas llenos de paz y de deseos de ser mejores. Decían que toda Roma pasaba por su habitación. Empezó a sentir tales fervores y tan grandes éxtasis en la Santa Misa, después de la consagración, que el que le acolitaba, se iba después de la elevación y volvía dos horas después y alcanzaba a llegar para el final de la misa. El 25 de mayo de 1595 su médico lo vio tan extraordinariamente contento que le dijo:
"Padre, jamás lo había encontrado tan alegre"
Y él le respondió:
"Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la Casa del Señor"
A la media noche le dio un ataque y levantando la mano para bendecir a sus sacerdotes que lo rodeaban, expiró dulcemente. Tenía 80 años. El Papa lo declaró santo en el año 1622 y las gentes de Roma lo consideraron como a su mejor catequista y director espiritual.
Questo santo sacerdote (+ 1591), che, durante quasi mezzo secolo, esercitò a Roma il ministero apostolico e, in mezzo a leggerezze e corruzioni, divenne l’oracolo dei Pontefici, dei cardinali e dei personaggi più insigni del suo tempo, ha ben meritato dalla Sede apostolica che, fino a questi ultimi anni, la sua festa fosse assimilata alle domeniche nella Città eterna, ed il Pontefice stesso, in corteo di gala, andava a celebrare i divini misteri sul sepolcro del Santo a Santa Maria in Vallicella.
È quasi impossibile parlare brevemente dei meriti di san Filippo e del ruolo importante che ebbe nella riforma ecclesiastica del XVI sec. Amico di san Carlo e del cardinale Federico Borromeo, confessore del san Camillo e di sant’Ignazio, padre spirituale del Baronio, confessore di Clemente VIII, si può dire che la sua influenza salutare si distese a tutti i diversi aspetti della riforma, in modo che, quand’anche se si potesse fare astrazione della sua santità, l’attività di san Filippo gli avrebbe meritato senza dubbio un posto di onore nella storia del XVI sec.
Per la fondazione della Congregazione dei Sacerdoti dell’Oratorio, Filippo, in un campo probabilmente molto più ristretto e con le vedute un po’ diverse, si propose anche lo stesso scopo di sant’Ignazio: quello di riportare alla fede religiosa la società cristiana, mediante la frequentazione dei Sacramenti e l’insegnamento del catechismo.
Mentre in Germania i protestanti accusavano la Chiesa cattolica di avere sottratto la Bibbia al popolo, san Filippo ordinava che, nella sua chiesa di San Girolamo, si commentasse l’epistola di san Paolo ai Romani; rispose alle centurie di Magdeburgo imponendo a Baronio di esporre a cinque o sei riprese nelle sue conferenze della sera la storia della chiesa, poi di pubblicare questi studi che riempiono dodici grossi volumi.
L’eresia luterana, coi suoi errori sulla grazia ed il libero arbitro, aveva prosciugato le sorgenti stesse della gioia; san Filippo, mediante le sue serate musicali e poetiche, che presero allora il loro nome di oratorio dal luogo dove il santo li faceva eseguire; per le sue ricreazioni sul Gianicolo, dove, all’ombra di una quercia, si faceva saggiamente bambino coi bambini; per i suoi pellegrinaggi ai sepolcri dei martiri ed alle sette principali chiese della Città eterna, restituì alla vita cattolica la sua vera tonalità, quella che esigeva tanto san Paolo quando scriveva ai suoi fedeli: Gaudete in Domino semper; iterum dico: gaudete.
Molto penitente e duro con se stesso, Filippo era dolce con gli altri ed, all’occorrenza, anche burlesco, anticipando nella pratica ciò che, qualche tempo più tardi, doveva insegnare san Francesco di Sales, vale a dire che un santo triste è un triste santo. Quando vi era l’occasione, san Filippo sapeva risuscitare anche i morti, ascoltare la loro confessione, chiacchierare con essi, e, a loro domanda, renderli, con un segno di croce, all’eternità. Ed affinché la novità di tali prodigi non gli conciliasse l’ammirazione del popolo, amava comportarsi in modo da rendersi disprezzabile e farsi passare per insensato; è così che, ad es., il giorno della festa di san Pietro in Vincoli, si mise a danzare davanti alla basilica che aveva questo nome.
All’offerta della porpora cardinalizia, che gli era stata fatta tante volte dai papi, Filippo oppose sempre un rifiuto senza replica; egli seppe ispirare sì felicemente a quello stesso spirito di umiltà i suoi discepoli, specialmente il Tarugi ed il Baronio, che, quando quest’ultimo fu creato cardinale del titolo dei Santi Nereo ed Achilleo dal papa Clemente VIII del quale era confessore, si dovette spogliarlo con la forza dei suoi vecchi vestiti di oratoriano, nella stessa sagrestia della Vallicella, per rivestirlo, suo malgrado, della tonaca rossa e del rocchetto, secondo gli ordini del Pontefice.
Morto a Roma il 26 maggio 1595, giorno del Corpus Domini, fu canonizzato da Gregorio XV nel 1622 ed iscritto nel calendario romano nel 1625 da Urbano VIII come festa semidoppiaad libitum. Lo stesso papa ne introdusse l’ufficio nel Breviario romano. Alessandro VII elevò la sua festa al rango di semidoppia di precetto nel 1657 e Clemente XI l’elevò a rito doppio nel 1669. Alessandro VIII dotò la festa di una messa propria nel 1690.
La messa ha certe parti proprie, ma quest’eccezione fu fatta a proposito, per introdurre, per colui che aveva tanto e ben meritato della santa liturgia e che, nell’incendio del divino amore che liquefaceva il suo cuore, aveva costume di impiegare tre ore a celebrare i divini Misteri.
L’Introito è lo stesso del sabato dopo la Pentecoste; contiene un’allusione evidente al prodigio verificatosi, nel 1544, nel cimitero ad Catacumbas, mentre Filippo, pregando durante la notte in queste cripte dei martiri, lo Spirito Santo scese su lui. Da allora, il cuore arroventato del Santo cominciò a battere così fortemente per Dio che molte delle sue costole si sollevarono e si arcuarono.
Il versetto alleluiatico torna sul miracolo del cimitero ad Catacumbas.
Pure l’antifona dell’offertorio torna sul fenomeno della dilatazione e della curvatura delle costole di san Filippo, conseguenza dei violenti battiti del suo cuore. Per questa dilatazione del cuore di cui parla il Salmista, bisogna intendere questo: ciò che si trova difficile all’inizio, nella vita spirituale, lo si fa poi senza pena, ed anche con un’inesprimibile gioia, grazie alla buona abitudine contratta, ed alla divina carità sparsa nell’anima dallo Spirito Santo. Difatti, è nella natura dell’amore di lavorare, di sacrificarsi, senza stancarsi mai.
Una sentenza di san Filippo è memorabile tra tutte: mettendo due dita sulla fronte dei suoi discepoli, diceva che la santità è tutta compresa in questo piccolo spazio, perché tutto consiste nel mortificare la ragione.
Giovanni Francesco Barbieri, detto il Guercino, S. Filippo Neri, 1656, Museo di Stato, San Marino
Guido Reni, Visione di S. Filippo Neri, 1614, Cappella di S. Filippo Neri, Chiesa Nuova (Basilica di S. Maria in Vallicella), Roma
Carlo Maratta, La Vergine appare a S. Filippo, 1675, Palazzo Pitti, Firenze
Giuseppe Passeri, Visione di S. Filippo, 1700 circa, Fitzwilliam Museum, Cambridge
Gaetano Lapis, S. Filippo Neri e l'angelo, 1745, chiesa di S. Nicola, Scheggino
Gaetano Lapis, Estasi di S. Filippo Neri, 1754
Liberale Cozza, San Filippo Neri invita i fanciulli a venerare la Madonna, 1811, chiesa di S. Giacomo, Brescia
Ambito pesarese, S. Filippo Neri, XIX sec., museo diocesano, Pesaro
Joan Llimona, S. Filippo Neri durante la consacrazione della Messa, 1902, chiesa di San Felipe Neri, Barcellona
Massime e ricordi di San Filippo Neri
Uno dei massimi storici dell'Oratorio, il compianto padre Antonio Cistellini, d.O. di
Firenze, scriveva che «sfortunatamente il biografo e l'agiografo potranno scarsamente
giovarsi di suoi scritti [di san Filippo], come invece è accaduto per altri grandi: s.
Ignazio, s. Carlo Borromeo, s. Francesco di Sales ad esempio. Filippo non fu un santo
scrittore, e lui stesso confessò la quasi invincibile ritrosia a prender la penna in mano
(oltre che a parlare di se stesso: Secretum meum mihi...)».
Di san Filippo oggi abbiamo una trentina di lettere, alcuni scritti occasionali e tre
sonetti, di cui due sono di dubbia attribuzione ma, senza togliere alcun valore
spirituale e storico a questi importanti documenti, sono le sue massime e ricordi ad
essere diventate, per così dire, le portavoci di san Filippo e dell'essenza della
spiritualità oratoriana.
Raccolte da testimonianze dirette dei suoi primi discepoli durante conversazioni e
discorsi, le massime e i ricordi di san Filippo compensano l'esiguità dei suoi scritti e
portano il lettore a comprendere meglio l'origine e i fondamenti dell'Oratorio.
Le più antiche serie apparvero al processo di canonizzazione durante la seduta del 23
gennaio 1596 quando si recò a testimoniare padre Francesco Zazzara - che, assieme ai
Padri Pompeo Pateri e Giuliano Giustiniani, ha curato una ricca raccolta di massime
filippiane (Archivio dell'Oratorio di Roma, A.III.9) - e ancora nelle sedute del 18 aprile
e del 13 maggio dello stesso anno, quando si recarono a deporre il cardinale Pietro
Paolo Crescenzi e il prelato Marco Antonio Maffa.
* * *
L'amore di Dio
- Chi vuole altra cosa che non sia Cristo, non sa quello che si voglia. Chi dimanda
altra cosa che non sia Cristo, non sa quello che dimanda. Chi opera e non per Cristo,
non sa quello che si faccia.
- L'anima che si dà tutta a Dio, è tutta di Dio.
- Quanto amore si pone nelle creature, tanto se ne toglie a Dio.
2
- All'acquisto dell'amor di Dio non c'è più vera e più breve strada che staccarsi
dall'amore delle cose del mondo ancor piccole e di poco momento e dall'amor di se
stesso, amando in noi più il volere e servizio di Dio, che la nostra soddisfazione e
volere.
- Come mai è possibile che un uomo il quale crede in Dio, possa amare altra cosa che
Dio?
- La grandezza dell'amor di Dio si riconosce dalla grandezza del desiderio che l'uomo
ha di patire per amor suo.
- A chi veramente ama Dio non può avvenire cosa di più gran dispiacere quanto non
aver occasione di patire per Lui.
- Ad uno il quale ama veramente il Signore non è cosa più grave, né più molesta
quanto la vita.
- I veri servi di Dio hanno la vita in pazienza e la morte in desiderio.
- Un'anima veramente innamorata di Dio viene a tale che bisogna che dica: Signore,
lasciatemi dormire: Signore, lasciatemi stare.
Presenza in Dio e confidenza in Lui
- Spesso esortava i suoi figli spirituali che pensassero di aver sempre Dio davanti agli
occhi.
- Chi non sale spesso in vita col pensiero in Cielo, pericola grandemente di non salirvi
dopo morte.
- Paradiso! Paradiso! era il grido col quale calpestava ogni grandezza umana.
- Buttatevi in Dio, buttatevi in Dio, e sappiate che se vorrà qualche cosa da voi, vi
farà buoni in tutto quello in cui vorrà adoperarvi.
- Bisogna avere grande fiducia in Dio, il quale è quello che è stato sempre: e non
bisogna sgomentarsi per cosa accada in contrario.
La volontà di Dio
- Io non voglio altro se non la tua santissima volontà, o Gesù mio.
- Quando l'anima sta rassegnata nelle mani di Dio, e si contenta del divino
beneplacito, sta in buone mani, ed è molto sicura che le abbia ad intervenire bene.
- Ognuno vorrebbe stare sul monte Tabor a vedere Cristo trasfigurato: accompagnar
Cristo sul monte Calvario pochi vorrebbero.
- E' ottimo rimedio, nel tempo delle tribolazioni e aridità di spirito, l'immaginarsi di
essere come un mendico, alla presenza di Dio e dei Santi, e come tale andare ora da
questo Santo, ora da quell'altro a domandar loro elemosina spirituale, con
quell'affetto e verità onde sogliono domandarla i poveri. E ciò si faccia alle volte
3
corporalmente, andando ora alla Chiesa di questo Santo, ed ora alla Chiesa di
quell'altro a domandar questa santa elemosina.
- Al P. Antonio Gallonio, fortemente tormentato da una interna tribolazione, S. Filippo
diceva: Abbia pazienza, Antonio: questa è la volontà di Dio. Abbi pazienza, sta saldo;
questo è il tuo Purgatorio.
- A chi si lamentava di certe prove diceva: Non sei degno, non sei degno che il Signore
ti visiti.
- Quietati che Dio la vuole, disse una volta ad una mamma a cui moriva una piccola
figlia, e ti basta essere stata balia di Dio.
Desiderio di Perfezione
- Non è tempo di dormire, perché il Paradiso non è fatto pei poltroni.
- Bisogna desiderare di far cose grandi per servizio di Dio, e non accontentarsi di una
bontà mediocre, ma aver desiderio (se fosse possibile) di passare in santità ed in
amore anche S. Pietro e S. Paolo: la qual cosa, benché l'uomo non sia per conseguire,
si deve con tutto ciò desiderare, per fare almeno col desiderio quello che non
possiamo colle opere.
- Non è superbia il desiderare di passare in santità qualsivoglia Santo: perché il
desiderare d'essere santo è desiderio di voler amare ed onorare Dio sopra tutte le
cose: e questo desiderio, se si potesse, si dovrebbe stendere in infinito, perché Dio è
degno d'infinito onore.
- La santità sta tutta in tre dita di spazio, e si toccava la fronte, cioè nel mortificare la
razionale, contrastando cioè a se stesso, all'amore proprio, al proprio giudizio.
- La perfezione non consiste nelle cose esteriori, come in piangere ed altre cose simili,
e le lacrime non sono segno che l'uomo sia in grazia di Dio.
- Parlando il Santo di spirito e della perfezione diceva: Ubbidienza, Umiltà, Distacco!
La Preghiera
- L'uomo che non fa orazione è un animale senza ragione.
- Il nemico della nostra salute di nessuna cosa più si contrista, e nessuna cosa cerca
più impedire che l'orazione.
- Non vi è cosa migliore per l'uomo che l'orazione, e senza di essa non si può durar
molto nella vita dello spirito.
- Per fare buona orazione deve l'anima prima profondissimamente umiliarsi e
conoscersi indegna di stare innanzi a tanta maestà, qual è la maestà di Dio, e
mostrare a Dio il suo bisogno e la sua impotenza, ed umiliata gettarsi in Dio, che Dio
le insegnerà a fare orazione.
4
- La vera preparazione all'orazione è l'esercitarsi nella mortificazione: perché il
volersi dare alla orazione senza questa è come se un uccello avesse voluto
incominciar a volare prima di metter le penne.
- Ai giovani diceva: Non vi caricate di troppe devozioni, ma intraprendetene poche, e
perseverate in esse. Non tante devozioni, ma tanta devozione.
L'Umiltà
- Figliuoli, siate umili, state bassi: siate umili, state bassi.
- Umiliate voi stessi sempre, e abbassatevi negli occhi vostri e degli altri, acciò
possiate diventar grandi negli occhi di Dio.
- Dio sempre ha ricercato nei cuori degli uomini lo spirito d'umiltà, e un sentir basso
di sè. Non vi è cosa che più dispiaccia a Dio che l'essere gonfiato della propria stima.
- Non basta solamente onorare i superiori, ma ancora si devono onorare gli eguali e
gli inferiori, e cercare di essere il primo ad onorare.
- Per fuggire ogni pericolo di vanagloria voleva il Santo che alcune devozioni
particolari si facessero in camera, ed esortava che si fuggisse ogni singolarità. A
proposito della vanagloria diceva: Vi sono tre sorta di vanagloria. La prima è
Padrona e si ha quando questa va innanzi all'opera e l'opera si fa per il fine della
vanagloria. La seconda è la Compagna e si ha quando l'uomo non fa l'opera per fine
di vanagloria, ma nel farla sente compiacenza. La terza è Serva e si ha quando nel
far l'opera sorge la vanagloria, ma la persona subito la reprime.
- Per acquistare il dono dell'umiltà sono necessarie quattro cose: spernere mundum,
spernere nullum, spernere seipsum, spernere se sperni: cioè disprezzare il mondo,
non disprezzare alcuno, disprezzare se stesso, non far conto d'essere disprezzato. E
soggiungeva, rispetto all'ultimo grado: A questo non sono arrivato: a questo vorrei
arrivare.
- Fuggiva con tutta la forza ogni sorta di dignità: Figliuoli miei, prendete in bene le mie
parole, piuttosto pregherei Iddio che mi mandasse la morte, anzi una saetta, che il
pensiero di simili dignità. Desidero bene lo spirito e la virtù dei Cardinali e dei Papi,
ma non già le grandezze loro.
La Mortificazione
- Figliuoli, umiliate la mente, soggettate il giudizio.
- Tutta l'importanza della vita cristiana consiste nel mortificare la razionale.
- Molto più giova mortificare una propria passione per piccola che sia, che molte
astinenze, digiuni e discipline.
- Quando gli capitava qualche persona che avesse fama di santità, era solito provarla
con mortificazioni spirituali e se la trovava mortificata e umile, ne teneva conto,
altrimenti l'aveva per sospetta, dicendo: Ove non è gran mortificazione, non può
esservi gran santità.
5
- Le mortificazioni esteriori aiutano grandemente all'acquisto della mortificazione
interiore e delle altre virtù.
L'Obbedienza
- L'obbedienza buona è quando si ubbidisce senza discorso e si tiene per certo quello
che è comandato è la miglior cosa che si possa fare.
- L'obbedienza è il vero olocausto che si sacrifica a Dio sull'altare del nostro cuore, e
bisogna sforzarci d'obbedire anche nelle cose piccole, e che paiono di niun momento,
poiché in questo modo la persona si rende facile ad essere obbediente nelle cose
maggiori.
- E' meglio obbedire al sagrestano e al portinaio quando chiamano, che starsene in
camera a fare orazione.
- A proposito di colui che comandava diceva: Chi vuol esser obbedito assai, comandi
poco.
La Gioia Cristiana
- Figliuoli, state allegri, state allegri. Voglio che non facciate peccati, ma che siate
allegri.
- Non voglio scrupoli, non voglio malinconie. Scrupoli e malinconie, lontani da casa
mia.
- L'allegrezza cristiana interiore è un dono di Dio, derivato dalla buona coscienza,
mercé il disprezzo delle cose terrene, unito con la contemplazione delle celesti...Si
oppone alla nostra allegrezza il peccato; anzi, chi è servo del peccato non può
neanche assaporarla: le si oppone principalmente l'ambizione: le è nemico il senso, e
molto altresì la vanità e la detrazione. La nostra allegrezza corre gran pericolo e
spesso si perde col trattare cose mondane, col consorzio degli ambiziosi, col diletto
degli spettacoli.
- Ai giovani che facevano chiasso, a proposito di coloro che si lamentavano, diceva:
Lasciateli, miei cari, brontolare quanto vogliono. Voi seguitate il fatto vostro, e state
allegramente, perché altro non voglio da voi se non che non facciate peccati. E
quando doveva frenare l'irrequietezza dei ragazzi diceva: State fermi, e, sotto voce, se
potete.
La Devozione a Maria
- Figliuoli miei, siate devoti della Madonna: siate devoti a Maria.
- Sappiate, figliuoli, e credete a me, che lo so: non vi è mezzo più potente ad ottenere
le grazie da Dio che la Madonna Santissima.
- Chiamava Maria il mio amore, la mia consolazione, la mamma mia.
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- La Madonna Santissima ama coloro che la chiamano Vergine e Madre di Dio, e che
nominano innanzi a Lei il nome santissimo di Gesù, il quale ha forza d'intenerire il
cuore.
La Confessione
- La confessione frequente de' peccati è cagione di gran bene all'anima nostra, perché
la purifica, la risana e la ferma nel servizio di Dio.
- Nel confessarsi l'uomo si accusi prima de' peccati più gravi e de' quali ha maggior
vergogna: perché così si viene a confondere più il demonio e cavar maggior frutto
dalla confessione.
La Tentazione
- Le tentazioni del demonio, spirito superbissimo e tenebroso, non si vincono meglio
che con l'umiltà del cuore, e col manifestare semplicemente e chiaramente senza
coperta i peccati e le tentazioni al confessore.
- Contro le tentazioni di fede invitava a dire: credo, credo, oppure che si recitasse il
Credo.
- La vera custodia della castità è l'umiltà: e però quando si sente la caduta di
qualcuno, bisogna muoversi a compassione, e non a sdegno: perché il non aver pietà
in simili casi, è segno manifesto di dover prestamente cadere.
- Ai giovani dava cinque brevi ricordi: fuggire le cattive compagnie, non nutrire
delicatamente il corpo, aborrire l'ozio, fare orazione, frequentare i Sacramenti
spesso, e particolarmente la Confessione.
Giaculatorie
Padre Zazzara diceva che il Santo lodava molto le giaculatorie, ed in diversi tempi
dell'anno gliele insegnava e ne faceva dire ogni giorno quando una, quando un'altra.
- Per tenere vivo il pensiero della divina presenza ed eccitare la confidenza in Dio
sono utilissime alcune orazioni brevi e quelle spesse volte lanciare verso il cielo tra il
giorno, alzando la mente a Dio da questo fango del mondo: e chi le usa, ne ricaverà
frutto incredibile con poca fatica.
* * *
Bibliografia
Congregazione dell'Oratorio di Vicenza (a cura di), Lo spirito di Filippo Neri nelle sue
massime e ricordi, Vicenza, 1988
San Filippo Neri, Gli scritti e le massime (a cura di Antonio Cistellini), Editrice La
Scuola, Brescia, 1994
San Filippo Neri, «Chi cerca altro che Cristo…»: Massime e ri